Eleni lo mira, indiferente. Realmente no se mueve. Solo lo ignora un segundo y contesta sin levantar la voz:
—No es necesario. Gracias por preocuparte. No pierdas tu tiempo, esa cena es un “no”.
Otto suspira con teatralidad y se dirige a la barra para pedir un café, cuando la fila avanza: “latte griego con leche de almendras y una galleta de coco”.
La gente lo mira como un romántico apuesto. Él se atreve a mirar a Eleni con calma. Ella respira profundamente y se aleja.
Otto Zeller volvió al mismo lugar, a la misma hora. Día tras día. A las 4:15 de la tarde, su figura impecable atravesaba las puertas de cristal de la cafeteria de Eleni, el cálido local donde Eleni y sus amigas llevaban los hilos del negocio como una familia improvisada de mujeres salvadas por el trabajo, la pasión y la lealtad.
Nadie sabía por qué Otto Zeller, uno de los solteros más codiciados de Berlín, elegía ese sitio nuevo y refrescante. Nadie entendía qué encontraba en ese rincón aromatizado con vainilla, café to