—Un cafe mate para la mesa cinco.
—Dame la cuenta de la seis.
—Helado con cafe y pie de manzana para la quince.
Ha pasado una semana desde que Otto Zeller dejó de aparecer en la cafetería. Los primeros días, Eleni respiró con alivio. Pensó que había sucedido: que la tensión mortal se había disipado. Que por fin ella podía exhalar sin sentir esa presión detrás de cada bandeja, en cada mirada. Pero algo en su pecho le decía que no era descanso. Era vacío.
Lunes a miércoles, la rutina volvió. Clientes felices, risas, camaradería entre baristas. Tatiana juntaba bandejas, Anna removía tazas y Katerina barría con diligencia. Pero Eleni—la Fiera como Otto la habia bautizado aquella noche—se movía con prudencia meticulosa. Había aprendido a identificar el peligro. No como temor… como aviso. Algo se estaba ausentando. Y era algo punzante.
Jueves, el rumor se metió en la cafetería.
—¿Dónde estará el señor Zeller?
—¿Te acuerdas de ese hombre del traje gris que venía todos los días?
—Sí... hace c