Mansión de Gabriela – 9:30 a.m.
El sol de la mañana se filtraba a través de los ventanales altos de la mansión, proyectando patrones de luz dorada sobre el suelo de mármol pulido, pero para Flor, el mundo parecía envuelto en una niebla gris. Empujaba el carrito de equipaje con una mano temblorosa, mientras con la otra sostenía a Valentina contra su pecho, la bebé babeando ajena al torbellino emocional que había destrozado su hogar. La separación de Mateo había sido un corte limpio pero brutal: una nota fría en la mesa del desayuno, "Necesito espacio. Por Valentina, resuélvelo", y luego el silencio ensordecedor de un departamento vacío. Flor había llamado a Gabriela esa misma noche, voz quebrada por sollozos ahogados, y su amiga —su salvavidas— no dudó: "Ven a la mansión. Con Valentina. Aquí estás segura".
Gabriela la esperaba en la entrada principal, vestida con un traje ejecutivo gris perla que acentuaba su aura de poder inquebrantable, pero sus ojos verdes brillaban con empatía genu