Capítulo 52 – Traición y agonía.
La carretera secundaria que serpenteaba por las afueras de Sinaloa se extendía como una vena negra bajo la luna llena, el aire nocturno pesado con el olor a tierra seca, a gasolina quemada y a la promesa inminente de sangre que pronto empaparía el asfalto. Los sicarios rusos avanzaban en dos camionetas blindadas Ford Raptor modificadas, motores V8 con escapes personalizados que emitían un rugido bajo y controlado, faros apagados para fundirse con la oscuridad absoluta que solo rompía el brillo plateado de la luna reflejado en los parabrisas. Víctor ocupaba el asiento del copiloto en la primera, rifle de asalto AK-12 descansando en su regazo, cargador curvado de 30 balas de 7.62 mm listo, mira térmica acoplada que pintaba el mundo en tonos verdes espectrales. Sus ojos, fríos como el acero siberiano forjado en inviernos interminables, estaban fijos en el convoy que creían identificar a lo lejos: una Suburban negra idéntica a la descripción del informante corrupto que Fernando había paga