Capítulo 51 – Fuego cruzado.
El pent-house de Fernando Solano se alzaba como un trono de cristal y acero en lo alto de la ciudad, donde el viento nocturno aullaba contra los ventanales blindados con una furia que parecía reflejar la tormenta interior del hombre que lo habitaba. El aroma a whisky Macallan de 25 años, servido en un vaso de cristal tallado, se mezclaba con el sudor frío de la desesperación que emanaba de su piel. Fernando estaba de pie frente a la mesa de caoba pulida, la camisa blanca desabotonada hasta el pecho, revelando la cadena de oro grueso que colgaba sobre su piel bronceada y ligeramente húmeda por la tensión. Sus ojos, inyectados en sangre por noches sin dormir y por la rabia que lo consumía como un ácido lento, miraban la pantalla de la laptop con una intensidad que podía cortar vidrio. En la videollamada cifrada, los sicarios extranjeros aparecían como sombras en la oscuridad, sus rostros iluminados apenas por la luz de sus propios dispositivos. Hombres de Europa del Este, exmilitares ru