Capítulo 46 – El pozo del poder.
El balcón del ático de Fernando Solano se extendía como un trono de cristal sobre la ciudad de Houston, donde el sol de mediodía golpeaba los rascacielos como un martillo implacable, reflejándose en los ventanales blindados con un brillo que dolía a los ojos. Fernando estaba allí, de pie con una copa de Macallan de 25 años en la mano derecha, el hielo tintineando suavemente contra el cristal tallado cada vez que movía el brazo. El traje gris perla, hecho a medida en Milán, se adhería a su cuerpo como una segunda piel, la camisa blanca abierta en los dos primeros botones revelando la cadena de oro grueso que colgaba en su pecho bronceado. La corbata floja, de seda negra, colgaba como una serpiente muerta. Miraba abajo, a las calles que serpenteaban como venas de un cuerpo que él controlaba por completo. Autos diminutos avanzaban en filas perfectas. Gente insignificante caminaba con prisa, sin saber que él los observaba desde arriba. El poder era un pozo profundo, oscuro, y él estaba en