El salón del Palazzo di Fiori en Roma relucía con mármol pulido y candelabros de cristal. Los asistentes, envueltos en terciopelo, satén y discursos vacíos, no sabían que entre ellos caminaba un muerto. Ethan Rusbel ya no existía, y no porque Eliseo lo haya asesinado como se vanaglorió en decir una y otra vez. No. En su lugar, apareció un hombre de barba cuidadosamente cerrada, ojos azules y lentes de aumento, que vestía un traje Brioni oscuro, una mascarilla social perfecta, con la identidad legal de Adriano Moretti, un inversionista italiano con intereses en telecomunicaciones y criptomonedas. Nadie sospechaba que ese hombre de sonrisa calculada y ojos azules era en realidad el hijo perdido del imperio Manchester. El hijo que había sido arrastrado al abismo y que ahora regresaba con fuego en las venas. Un hombre que era el resultado de la traición y el desamor.
—Señor Moretti, el embajador desea conocerlo —anunció un asistente con reverencia.
Ethan asintió con una inclinación breve.