Nicolás no se movió cuando llegamos al estacionamiento del hospital, manteniendo los dedos aferrados al volante mientras miraba fijamente hacia adelante. Aunque el motor estaba apagado, su cuerpo aún no se daba cuenta, y la tensión bajo las mangas arremangadas era visible, haciendo que incluso las líneas alrededor de sus ojos parecieran más marcadas.
Me quité el cinturón y lo miré.
—¿No vas a entrar?
Negó con la cabeza una vez.
—No. Tengo cosas que resolver.
—¿Del trabajo?
—Ajá.
No insistí, sino que me incliné hacia él para darle un beso en la mejilla. Pero cuando empecé a alejarme, su mano se disparó hacia arriba, se enredó en mi pelo y me jaló de vuelta hacia él.
Su boca se estrelló contra la mía sin aviso, caliente e intensa, mientras sus dientes mordían mi labio inferior lo suficiente para que doliera antes de que su lengua siguiera para calmarlo. Gemí sin poder resistir el calor puro de todo eso, mis dedos se aferraron a su camisa hasta que finalmente me soltó, dejándome sin aire