Desperté adolorida por todas partes, sin saber cómo había aparecido otra vez en el dormitorio de Nicolás.
La habitación brillaba con la luz del sol que se filtraba por las ventanas altas, creando largos rectángulos pálidos sobre el piso de madera, mientras yo estaba enredada entre las sábanas de su cama, con la piel pegajosa de sudor y algo más. Todo olía a él: jabón limpio, colonia cara y ese aroma intenso de lo que habíamos hecho la noche anterior, aunque no recordaba el final.
Lo último que podía recordar era cuando me liberó de la guillotina en ese cuarto oscuro de luz roja, con las piernas temblando tan violentamente que no podía mantenerme en pie. Creía recordar que me envolvió en una manta, tal vez, pero después de eso no había nada más.
Me incorporé sobre los codos con una mueca de dolor, sintiendo como cada músculo de mi cuerpo protestaba con un dolor profundo y placentero que se había instalado en la parte baja de mi vientre, entre las piernas y en los muslos. Hasta me dolía