Punto de Vista de Nicolás
Me dejé atrapar por la felicidad, me relajé demasiado, y ahora las pesadillas habían regresado como el precio inevitable de la tranquilidad.
Ya tenía más de un año durmiendo tranquilo, sin despertarme empapado en sudor ni con ese sabor metálico en la boca, sin esos gritos imaginarios que me perforaban la cabeza. Pensé que ya había ganado la batalla, que por fin había dado con la clave.
El odio había sido mi salvación: hacia Fernando, hacia nuestro padre, hacia los bastardos del extranjero, hacia los padrotes y depredadores que rondaban mi club fingiendo ser empresarios. Esa rabia mantenía todo en silencio; mientras me ardiera la sangre, el dolor no podía tocarme.
Pero llegó esta mujer. Esta chica que dormía con sus malditas gafas puestas como una bibliotecaria extraviada que apareció en mi vida suplicando que la destrozara. Ni siquiera se daba cuenta de lo preciosa que se veía acurrucada en mi cama, usando una de mis camisetas, con el pelo revuelto y los labio