Mis ojos se clavaron en los suyos.
—¿Probar qué?
—A mí.
—¿Qué parte?
Alzó una ceja, retadora. —¿Hay alguna que no te guste?
—No exactamente.
Volvió a inhalar el cigarro, conteniendo las lágrimas que el humo le provocaba. Se inclinó hacia mí y sopló una bocanada directo a mi rostro.
—¿Sí o no? —su voz sonó ronca—. ¿Quieres probarme?
Le ciñí la cintura y la atraje contra mí.
—Mátame si alguna vez te digo que no, conejita.
—Lo haría si supiera dónde escondes el arma.
—Perdona. Creí que la viste en el auto cuando robaste mis llaves.
Soltó una risa baja. —Seguro no es la única que tienes.
Al apoyarse en el brazo del sillón, tomó mi mano y la deslizó bajo el dobladillo de su camisa, presionándola entre sus muslos. Arqueó las caderas invitándome a entrar, y tres dedos míos se hundieron en su calor.
Un gemido ahogado brotó de su garganta mientras inclinaba la cabeza hacia atrás, exponiendo su cuello y haciendo que las gafas resbalaran por su nariz.
Profundicé el movimiento lento y deliber