El jet privado de Samantha era un santuario de cuero y silencio, una burbuja de aire limpio que se elevaba sobre el caos. Tariq y Eleanor se sentaron uno frente al otro, separados por una mesa baja de ébano, pero la distancia entre ellos se estaba haciendo insoportable.
Sus cuerpos ardían aún por la interacción inconclusa en el almacén, necesitaban sellar su voto con la cercanía de sus cuerpos. La ropa sucia, el olor a pólvora y diésel, todo era un recordatorio constante de que habían elegido la vida sobre la muerte, y que esa elección venía con un precio.
Samantha, la única acompañante a bordo, les entregó dos copas de agua y les dio la espalda con una discreción que solo la experiencia en la sombra podía enseñar, el ruido sordo de los motores era la única banda sonora.
— No podemos esperar — dijo Eleanor, su voz apenas un susurro que no necesitaba ir más lejos que la mesa.
Tariq la miró, el dolor por Omar aún estaba allí, y era un nudo apretado en su pecho, pero su necesidad por Ele