El aire dentro del contenedor de carga era denso, frío y metálico, con olor a lubricante industrial y óxido. La oscuridad era total, un vacío que la linterna de Tariq apenas podía perforar.
Se movía con la precisión dolorosa de un depredador herido, su cuerpo, todavía recuperándose del atentado sufrido unos días antes, protestaba a cada movimiento dentro del compartimento secreto forrado de plomo.
Había volado de Dubái a Montreal con una identidad genérica falsificada por su red de seguridad y desde allí, había utilizado una de las rutas logísticas más complejas de Al-Farsi Petroleum.
Un buque cisterna que transportaba equipamiento de perforación y que atracaría en el puerto industrial de Staten Island, un punto ciego para Caldwell y para los agentes de Aduanas que Amir controlaba en Teterboro.
Nadie se imaginaria que el heredero de semejante fortuna, acostumbrado a la riqueza y a la comodidad viajaría de esa manera, aun cuando tenía problemas con la ley. Ese era un punto a su favor,