El grito de Elena resonó en el "Esqueleto del Gigante", cortando la risa cruel de Francesco Russo. Los matones de Igor, como perros de presa, se lanzaron hacia el escondite de Ramiro y Elena. El metal oxidado chirrió bajo sus botas, y la luz tenue se vio interrumpida por sus sombras amenazantes. Lucas, atado a la columna, la mirada fija en Elena, luchaba desesperadamente contra sus ataduras, un rugido de impotencia escapando de sus labios.
Ramiro, con una velocidad sorprendente para su edad, empujó a Elena con fuerza.
—¡Corre, muchacha! ¡No dejes que te atrapen! —su voz era áspera, cargada de urgencia.
Elena, desequilibrada, cayó al suelo, raspándose la rodilla contra el metal. Levantó la vista y vio a Ramiro enfrentándose a los hombres de Francesco. No llevaba un arma, solo la vieja mochila militar.
—¡Ramiro, no! —gritó Elena, el pánico helándole la sangre.
Pero Ramiro ya estaba en movimiento. Uno de los matones se abalanzó sobre él, un puño cerrado listo para golpear. El viejo, con