El rugido de las llamas devorando el "Esqueleto del Gigante" llenaba el aire, un eco ensordecedor de la ira de Lucas. El humo, denso y acre, se elevaba en espirales negras hacia el cielo de Londres, un faro de destrucción visible a kilómetros. Lucas, con Elena a su lado, se arrastraba por el suelo, el calor de la explosión abrasando sus espaldas. Los gritos de los hombres de Francesco, heridos o muertos, se mezclaban con el crepitar del fuego.
—Tenemos que irnos —dijo Elena, su voz ronca por el humo, tirando del brazo de Lucas—. El fuego… se extiende demasiado rápido.
Pero Lucas no se movió. Su mirada estaba fija en la figura de Leonel, que yacía en el suelo, inconsciente, la cadena que lo ataba rota por el calor. Las llamas se acercaban peligrosamente a su hermano.
—No —dijo Lucas, su voz baja, cargada de una decisión inquebrantable—. No lo dejaré.
Elena lo miró, el miedo en sus ojos.
—Lucas, es demasiado peligroso. Las llamas…
—¡Es mi hermano, Elena! —Lucas la interrumpió, su voz un