El roce de sus manos, la intensidad de sus miradas, había encendido una chispa largamente contenida en la penumbra del refugio. La tensión acumulada de la huida, del peligro constante, del reencuentro inesperado, encontró su cauce en ese espacio íntimo. Ramiro, como un guardián silencioso, había desaparecido discretamente en la cocina, dejándolos solos.
Lucas se inclinó hacia Elena, su rostro pálido y con una cicatriz en el hombro, pero sus ojos ardían con una pasión contenida. Elena, con un suspiro que liberó años de anhelo, le devolvió la mirada. Sus manos se encontraron, los dedos entrelazándose, un contacto que era a la vez un reconocimiento y una promesa.
—Elena —murmuró Lucas, su voz áspera, cargada de una emoción cruda. Su pulgar acarició suavemente el dorso de su mano, una caricia que envió un escalofrío por la espalda de Elena.
—Lucas —respondió ella, su voz apenas un susurro, temblorosa por la emoción. Las lágrimas brotaron en sus ojos, pero no eran de tristeza, sino de aliv