El silencio en el refugio de Ramiro era denso, un manto de quietud que invitaba al descanso, pero que no lograba acallar la tormenta que se agitaba en el interior de Elena. Lucas, recostado en el catre, con el hombro vendado, observaba a Elena mientras ella terminaba de revisar los últimos archivos del USB. La tenue luz de la laptop iluminaba su rostro concentrado, revelando el agotamiento y la determinación. Ramiro, como una estatua viviente, vigilaba la puerta desde la cocina improvisada, un café humeante en sus manos.
Elena cerró la laptop, un suspiro escapando de sus labios. La cantidad de información era abrumadora. Nombres de empresas, fechas de envíos, transacciones millonarias. Todo lo que el fiscal había buscado, y más.
—Es todo lo que necesitábamos —dijo Elena, su voz baja y cansada—. Más de lo que esperábamos.
Lucas asintió, sus ojos fijos en ella. El silencio se prolongó, llenándose con la respiración de Lucas y el suave goteo de agua de un grifo cercano. Elena sentía el p