La puerta de metal corroído se alzaba ante Elena como una boca oscura y amenazante. El olor a óxido y a humedad salía del interior, una promesa de lo desconocido. El encuentro con Leonel, el hermano de Lucas, había dejado una huella. Era un recordatorio de las vidas destrozadas por los Russo, un motor silencioso que impulsaba a Elena hacia adelante. Apretó los puños, la determinación superando al miedo. Este era el camino.
Con cuidado, empujó la puerta. Chirrió con un lamento prolongado, un sonido que pareció resonar en todo el muelle viejo. Elena se detuvo, conteniendo la respiración, sus ojos escudriñando la neblina que la rodeaba. No hubo reacción. El puerto seguía su monótona sinfonía de grúas y voces distantes. La puerta se abrió lo suficiente para que ella pudiera deslizarse por la estrecha abertura.