La neblina se aferraba al muelle viejo de Londres como un sudario, difuminando los contornos de los almacenes abandonados y los barcos oxidados. Elena, envuelta en su disfraz de trabajadora portuaria, se movía entre las sombras, cada paso un acto deliberado para pasar desapercibida. El hedor a pescado, salitre y la podredumbre del río Brent llenaba el aire, una banda sonora de su inmersión en este mundo oculto. Sus ojos, a pesar del cansancio y la ansiedad, escudriñaban cada esquina, buscando la puerta de metal corroída que Ramiro le había descrito.
El corazón le latía con un ritmo insistente, una mezcla de miedo y una extraña excitación. Era la primera vez que se adentraba en el corazón de este mundo, el mundo de Lucas, el mundo de la mafia. Se sentía como una intrusa, una luz brillante en un lugar de sombras.
Escuchó voces