El suave crepitar de la chimenea era el único sonido que rompía el silencio en la humilde cabaña de Ramiro. La lluvia había cesado, y el bosque, envuelto en una densa niebla, parecía contener la respiración. Elena velaba a Lucas, su mano aún sobre su frente, sintiendo el calor de su piel, el ritmo pausado de su respiración. La urgencia de la huida había dado paso a una tensa calma, una tregua precaria en medio de la guerra que los rodeaba.
Ramiro, sentado a la mesa, observaba a Elena con la sabiduría de sus años. Había algo en su mirada que transmitía una profunda calma, la serenidad de quien ha visto demasiado y ha aprendido a esperar. Se sirvió una taza de té de hierbas humeante, el aroma dulce llenando el aire.-¿Te sientes mejor, muchacha? -preguntó Ramiro, su voz grave.Elena asintió, aunque el dolor en su nuca y el agotamiento seguían presentes.-Sí, gracias. La adrenalina ha bajado.-Bien. Porque vamos a ne