El bosque, antes un laberinto de sombras y disparos, ahora ofrecía un manto de silencio, roto solo por el goteo de la lluvia entre las hojas y el jadeo de sus propias respiraciones. Ramiro, con una fuerza sorprendente para su edad, sostenía a Lucas entre sus brazos y a Elena, que aún se movía con dificultad, a su lado. Se movían entre los árboles con la pericia de quienes conocían cada raíz, cada rama, cada recodo del terreno. El aire, denso y húmedo, se cargaba con el olor a tierra mojada y a sangre.
-Estamos cerca -murmuró Ramiro, su voz áspera pero tranquilizadora -Unos pocos pasos más.Elena asintió, su mirada fija en el rostro pálido de Lucas. Seguía inconsciente, su respiración superficial, la herida en su hombro, ahora más visible bajo la luz tenue que se filtraba entre los árboles, parecía extenderse con cada paso. El terror por su vida la atenazaba, pero también una nueva determinación. Ya no era solo una víctima; era la guardiana de Lucas.<