El sedán blindado devoraba los kilómetros en la autopista, dejando atrás la llanura romana para ascender hacia los picos oscuros de los Apeninos, el silencio en el coche era denso, roto solo por el suave zumbido de la ventilación y el esporádico comentario de Giubilei a su conductor.
Dario estaba sentado en la parte de atrás, el Libro Mayor en su regazo, había conectado un portátil sin conexión a internet que el Cardenal había traído en el auto para analizar la copia de los archivos que Giubilei había extraído del USB.
Dario necesitaba mantener su mente ocupada, y también canalizar la furia y la pasión prohibida en algo productivo, algo frío y calculador que le bajara la calentura de la cabeza y de otras… partes de su fisionomía…
Luciana lo observaba. La distancia física que ahora mantenían era minúscula, pero la distancia emocional era un abismo, él parecía haber regresado a su propia burbuja segura, con el rostro pálido y los ojos fijos en la pantalla que proyectaba hojas de cálculo