Alex había llegado a las 10:00 pm en punto, deteniéndose justo donde el callejón se unía a la vía principal, sin apagar las luces del sedán oscuro cuyo rugido anunciaba un motor potente bajo el capó, excelente para correr si necesitaban desvanecerse en la carretera.
Darío, Luciana y Elena se movieron como sombras pegadas a las paredes con rapidez y en cuestión de un par de minutos ya estaban en el auto, Elena se acurrucó en el asiento trasero, apoyada contra Luciana, que había subido detrás de ella, y Darío se sentó en el copiloto.
— ¡Vámonos! — ordenó Darío, con ritmo acelerado.
Alex asintió, metió primera y el coche se deslizó suavemente.
La tensión en el auto era tan densa que apenas se atrevían a respirar, a los pocos minutos, la tranquilidad de Elena fue vencida por el agotamiento quedándose dormida mientras su cabeza caía suavemente sobre el hombro de Luciana.
Luciana miró el rostro tranquilo de la joven bajo la tenue luz del panel de control sin poder creerse todavía que tenía