Mientras la burbuja emocional de la cabina se inflaba, la verdadera acción se desarrollaba a trescientos kilómetros de distancia.
En un cruce vital cerca de la Toscana, los agentes de Greco detuvieron un sedán oscuro que se dirigía hacia el sur.
— ¡Saquen las manos por la ventana! — gritó un hombre, apuntando con un rifle.
El conductor, un hombre de negocios que volvía tarde a casa, estaba aterrorizado, la inspección fue brutal, pero rápida, el coche estaba limpio.
Greco, que monitoreaba la operación desde su suite en Roma apretó la mandíbula y maldijo por lo bajo.
— ¡Es un error! ¡Deben estar en la carretera! ¡Sigan el perímetro de la autostrada! — Casi ladró por el teléfono, mandando a todos a la mier….a.
Poco después de que Darío abriera los ojos, listo para retomar la guardia, su teléfono desechable vibró. Era un mensaje de texto enviado por alguien de su personal de la finca que estaba monitoreando los caminos cercanos a la locación.
Darío lo leyó y se tensó de inmediato, el aire