Leo, sin poder sostener la intensidad del momento, se puso de pie, su movimiento era rápido, su atención ahora fija en las pantallas.
— Las amenazas no conocen el descanso. Y nosotros tampoco. Vuelva a su puesto, por favor, Signorina.
Su tono era profesional, pero el ligero temblor en su voz no pasó inadvertido para Sofía. Él estaba nervioso. Ella lo había desarmado con una simple muestra de afecto.
Sofía sonrió sutilmente. El jefe de seguridad no era una máquina, sino un hombre con cicatrices emocionales, que se sentía incómodo con la ternura. Era una revelación que la hacía sentir más segura que cualquier arma de fuego.
En el rincón opuesto, la planificación estaba llegando a su fin. Marco, con el rostro magullado como prueba de su secuestro, asentía a las instrucciones de Dario.
— Debes aparecer en un lugar público, Marco, uno lugar lleno de testigos, con cámaras en donde tu aparición quede registrada. La Coartada debe ser perfecta para evitar que Stefano te interrogue más de lo ad