El búnker se sumió en un silencio pesado y profundo. La liberación de Marco había consumido las últimas reservas de adrenalina del grupo.
Dario, Luciana y Marco estaban inmersos en una planificación de emergencia, susurrando estrategias y rutas de escape lejos del área de descanso.
La Dra. Rossi dormía pesadamente en una camilla improvisada. A Leo, sin embargo, el silencio no le significaba descanso, sino una ampliación de su perímetro de vigilancia.
Su puesto estaba en la confluencia de la sala principal y el pasillo que llevaba a la única salida visible, una posición que le permitía escuchar el goteo de la humedad en la pared de piedra y el lejano murmullo de la estrategia que se cocinaba.
Sofía, incapaz de conciliar el sueño, se había arropado en la gruesa manta militar que Leo le había dado. El miedo no la dejaba, pero tampoco la incomodidad de estar tan cerca del hombre que parecía hecho de piedra.
Miraba la espalda ancha y sólida de Leo, concentrado en la matriz de monitores que