Leo descendió por una escalera de metal que crujió bajo su peso. Después de un minuto que pareció una eternidad, su voz grave llegó desde abajo.
— Despejado.
Dario ayudó a Luciana a bajar. El refugio subterráneo no era una bóveda lujosa, sino una enorme sala de piedra con otros pasadizos anexos, seca y bien iluminada por lámparas LED de emergencia. El lugar estaba atestado de tesoros olvidados de la familia Ferraro.
No había mucha tecnología moderna, solo estantes altos hasta el techo llenos de cajas de madera, baúles, lienzos envueltos y la vasta colección de muebles antiguos, armas de colección y otras maravillas acumuladas ahí abajo por el paso de los siglos.
Había también un escritorio vintage de caoba, un par de butacas de terciopelo verde musgo y un sinfín de libros encuadernados en piel, además de una biblioteca.
El aire era seco y silencioso, y apenas se sentía algo de aire que provenía de los otros pasillos, sugiriendo que había más de una entrada.
— Es una construcción de pr