La noche del ritual, toda Luminaria se congregó en la costa, convertida en un anfiteatro natural donde las rocas, la arena y las estrellas parecían conspirar a favor del momento. Las antorchas formaban una espiral descendente hasta la playa, como un cometa en tierra. El aire olía a sal, a incienso y a magia antigua, una mezcla que electrizaba la piel y hacía temblar el alma.
Los músicos de los tres pueblos afinaban instrumentos imposibles: laúdees de sangre tallados con filigranas rúnicas, tambores de hueso con piel de bestias olvidadas, y flautas de viento hechas con ramas recogidas de los árboles que habían sobrevivido a la Niebla. Cada nota que salía durante las pruebas era un susurro de algo más grande que todos ellos: la memoria colectiva de la supervivencia.
Amara, de pie junto al gran faro, vestida con una capa larga de tonos blanco y violeta, extendi&o