El amanecer trajo consigo una brisa densa, más fría de lo habitual, y una inquietud que se arrastraba como un eco silencioso entre los callejones empedrados del pueblo. Desde lo alto del faro principal, Amara observaba la línea del horizonte con el ceño fruncido. Su conexión telepática con el entorno le permitía percibir emociones colectivas, y aquel día no era como los demás.
La calma no era paz. Era contención.—La tensión se filtra por las grietas —dijo en voz baja, sin apartar la vista del mar—. Hay algo bajo la superficie... algo que no debería estar ahí.A su lado, Lykos olfateaba el aire matinal con la precisión aguda de sus sentidos lobunos. Inspiró profundamente y gruñó entre dientes.—No es solo bruma marina. Hay un olor viejo... hierro oxidado y magia vieja. Magia que no usamos desde hace generaciones.Amara asintió. En la bahía, los peces habían desaparecido de pronto. Las aves migratorias que solían cruzar el cielo