Había pasado un mes desde la última gran tormenta. El cielo, ahora despejado y limpio, parecía reflejar la calma frágil que reinaba sobre el territorio. Las patrullas nocturnas regresaban con reportes positivos, sin rastros de niebla ni alteraciones mágicas. Era un tiempo de tregua, pero también de preparación. La ceremonia de renovación del pacto anual se acercaba, y con ella, el deber de reforzar los lazos que habían salvado al mundo.
En la plaza central del pueblo, un nuevo mosaico de piedra y obsidiana se extendía ante los ojos de los curiosos. Obreros de las tres razas habían trabajado durante semanas para completarlo: una figura de Amara, con sus ojos morados brillantes; otra de Lykos, con su porte alfa y su garra levantada; y una tercera, representando a la humanidad, portando una antorcha encendida. Bajo sus pies, la runa de unión, tallada en cristal de cuarzo y reforzada con polvo rúnico, centelleaba con la luz del mediodía.—El trabajo está impecable