El primer golpe retumbó en la puerta del faro como un trueno que partía la madera. Amara y Lykos se miraron en un segundo de silencio cargado de todo: deseo aún ardiente, miedo contenido, y la certeza de que su intimidad había terminado.
El crujir de la madera se repitió, más fuerte, acompañado de gruñidos y un ulular inhumano que no pertenecía a lobos comunes. Lykos gruñó también, con la voz ronca del alfa que despierta su lado más salvaje.
—Quieren arrancarnos de aquí como si fuéramos presas. —Se giró hacia Amara, con los ojos encendidos como brasas—. No lo permitiré.
Ella se acercó a las runas aún encendidas del suelo, que vibraban como si hubieran absorbido la energía de su unión. El aire tenía un perfume metálico, mezcla de sudor, magia y sal. Su cabello oscuro ca&iac