El sol había terminado de trepar sobre el horizonte, tiñendo de ámbar las murallas de Luminaria. El faro proyectaba un resplandor silencioso, como si quisiera recordar a todos que incluso en medio del juicio, la ciudad no podía permitirse apagar su guía.
Los tres círculos concéntricos donde se habían reunido vampiros, lobunos y humanos ardían en murmullos contenidos. Cada palabra era un cuchillo, cada mirada un juicio antes del juicio. El pregonero levantó el báculo una vez más y la madera contra la piedra hizo eco en el aire salobre.
—Que el primero en hablar sea Varlen, del clan exiliado.
Amara sintió la tensión acumularse en la nuca como un enjambre de espinas. Varlen avanzó hacia la plataforma. Su capa oscura se agitaba con cada paso, y el brillo en sus ojos era el de alguien que no venía solo a testificar, sino a hundir un puñal en la memoria de todos.
El vampiro exiliado inclinó apenas la cabeza, un gesto burlón disfrazado de respeto.