El alba rompía su lento silencio mientras la luz dorada se colaba entre las rendijas de la tienda, dibujando sombras alargadas sobre la piel todavía ardiente de Amara y Lykos. Los últimos vestigios de la noche envolvían sus cuerpos entrelazados, pero ya en sus miradas brillaba la determinación de enfrentar lo que se acercaba.
El aire fresco llegó con un suspiro, impregnado del aroma húmedo del bosque y el tenue olor a ceniza de la hoguera apagada. Afuera, la tensión latía como un tambor distante: señales de movimientos en la manada vecina, rumores de alianzas rotas y susurros que llegaban desde aldeas vampíricas recelosas.
Amara deslizó una mano por la espalda de Lykos, apretándola con suavidad.
—Hoy comienza un nuevo capítulo, pero no será fácil —susurró, sintiendo cómo el calor de su cuerpo le transmitía