La noche se deslizaba sobre Luminaria con una quietud que parecía eterna, como si el mundo contuviera la respiración. Las torres del faro, bañadas por la luz plateada de la luna, se alzaban majestuosas contra el cielo estrellado, sus piedras frías y antiguas irradiando una calma engañosa. En el aire flotaba un aroma a humedad y tierra mojada, mientras el susurro del viento mecía suavemente las hojas de los árboles que rodeaban la ciudad. Pero bajo esa calma aparente, algo se agitaba, invisible para la mayoría, aunque palpable para quienes tenían la sensibilidad para sentirlo.
Amara permanecía en la terraza alta del faro, con la mirada fija en la negrura del bosque que abrazaba Luminaria. Sus ojos violeta reflejaban la luz lunar, intensos y profundos, como un espejo de su alma inquieta. Sentía una tensión vibrante, un presagio que le apretaba el pecho con manos invisibles. La paz