La noche sobre Luminaria no era silenciosa.
El viento, cargado de sal y ceniza, barría los balcones del bastión, agitando las antorchas y haciendo crujir las maderas viejas como si la ciudad misma respirara con ansiedad. Bajo ese cielo encapotado, Lykos observaba desde la terraza más alta, los ojos rojos encendidos como carbones, vigilando el horizonte donde las sombras se mezclaban con la niebla.
El consejo había terminado hacía apenas unas horas, pero sus palabras aún resonaban en su mente: la marca de juramento debía imponerse antes del amanecer si querían sellar la lealtad de las nuevas manadas aliadas. Un ritual tan antiguo que incluso los ancianos dudaban de sus consecuencias… y que, según la tradición, requería más que sangre: requería compartir deseo entre los líderes para invocar la fuerza ancestral.
Amara apareció detrás de él, sus pasos apenas un susurro en la piedra. Vestía una túnica de seda negra, abierta en un costado, dejando entrever la cu