La noche anterior aún ardía en la piel de Amara. Cada rincón de su cuerpo llevaba el eco de las manos de Lykos, de su voz ronca susurrando promesas que la habían hecho temblar más que cualquier espada en batalla. La cámara estaba en penumbra, con las cortinas de terciopelo entreabiertas dejando entrar un hilo de luz dorada que acariciaba su piel pálida.
Ella se incorporó lentamente, sintiendo el leve dolor delicioso que quedaba como recuerdo de la noche, mientras Lykos aún dormía a su lado, su pecho amplio subiendo y bajando con un ritmo pesado. Su cabello negro estaba revuelto, y un mechón le caía sobre el rostro.
Pero la paz duró apenas unos segundos.
Un golpe fuerte en la puerta interrumpió la calma.
—Alfa —la voz de Kaelen, el centinela—. Hay un visitante… y no viene solo.
Lykos se movió de inmediato, como si su cuerpo supiera que la guerra nunca estaba tan lejos como parecía. Abrió los ojos rojos, y en cuanto vio el gesto de Amara, s