Las campanas del faro repicaron tres veces, un sonido grave y sostenido que jamás se había utilizado desde la fundación de la alianza. En menos de una hora, los representantes de cada raza —vampiros, lobunos y humanos— ocuparon sus asientos en la gran sala de consejo. El ambiente era denso, como si las propias piedras del recinto contuvieran la respiración.
Las antorchas no parpadeaban. La brisa del mar había cesado. Solo el murmullo del mapa de energía mágica, extendido por Arik sobre la mesa central, emitía un leve zumbido. El foco principal del mapa, una réplica flotante del territorio, tenía una nueva marca: un parpadeo oscuro, irregular, profundo, justo en la costa donde se encontraba la grieta submarina ancestral.—Esto no es una alteración común —explicó Arik, con los ojos clavados en el resplandor opaco—. Este pulso... está vivo.Amara se alzó con paso decidido desde el extremo de la sala. Su rostro estaba más pálido de lo habitual, pero no por mie