Durante los días siguientes al concilio, el faro dejó de ser un bastión tranquilo para convertirse en un auténtico núcleo de movimiento. Cada pasillo resonaba con pasos urgentes, cada sala estaba llena de voces, fórmulas mágicas y el estruendo del metal sobre piedra. La preparación para el descenso al Abismo no era solo logística, era también emocional, espiritual… y profundamente simbólica.
Los mejores artífices de la alianza —enanos de las montañas del norte, herreros humanos de sangre ancestral, vampiros forjadores de obsidiana— trabajaban en turnos sin descanso, dando forma a armaduras ligeras pero resistentes, entretejidas con cristales oscuros extraídos de la grieta costera, capaces de resistir la presión mágica que se esperaba en el núcleo.En la sala de alquimia, los hechiceros más sabios —incluidos los antiguos monjes de los Montes Niebla— elaboraban ungüentos y elixires de luz destilada. Eran preparados de breve duración pero gran potencia, capaces de rep