El reloj marcaba apenas las cinco cuando la puerta de la oficina de Olivia se abrió con un leve chirrido, interrumpiendo el silencio tenso que la envolvía. Allí estaba él: el gobernador, con esa presencia imponente que parecía teñir el aire de peligro y misterio. Su mirada, oscura y penetrante, buscaba algo más allá de las palabras que traía consigo.
—Tengo información que debes saber —dijo con voz baja, apenas un susurro cargado de intenciones veladas—. Algo que no puede esperar.
Olivia lo miró, intentando descifrar qué juego ocultaba detrás de esa fachada impecable. La cena anterior aún pesaba en su mente: aquella conversación sutil, las preguntas que se atrevió a hacer, y ese silencio pesado que le respondió. Él h