El aire era denso, casi irrespirable, como si la habitación estuviera saturada de muerte y desesperanza. Las paredes de concreto absorbían los susurros ahogados, las súplicas silenciadas, el roce tembloroso de la piel contra las cuerdas. Evelyn y Valentina estaban inmóviles, atadas a sillas metálicas oxidadas, el metal mordiendo sus muñecas con saña. Los labios resecos, los ojos abiertos como heridas, temblando no solo de miedo… sino de presagio.
Frente a ellas, Benjamin. Encadenado, su cuerpo apenas sostenido por la rabia, por la impotencia visceral de verlas así. Cada latido era un martillo en su pecho. Cada segundo, una tortura. El sudor bajaba por su frente mezclado con lágrimas silenciosas, pero era el dolor lo que lo estaba desmoronando desde adentro.
Y entonces, la puerta chirri&oac