Evelyn no pensó. Simplemente corrió hacia su hija y la abrazó como si de ese gesto dependiera la poca cordura que le quedaba.
Las palabras de Olivia aún flotaban en el aire, tan afiladas como una hoja legal de acusación. Pero ahora no había jueces, ni jurados. Solo madre e hija enfrentadas por verdades demasiado grandes para sostenerse en silencio.
—Cariño… vamos al jardín. Necesitamos hablar, y quiero que estemos tranquilas —dijo Evelyn con un hilo de voz, sus manos temblando al aferrarse al brazo de Olivia.
Olivia asintió en silencio. Seguía rota, pero había aprendido que el dolor también podía ser combustible.
Cruzaron la casa sin decir una palabra. El jardín, tan bien cuidado, contrastaba con el desorden emocional que ambas llevaban por dentro. Evelyn se sentó en uno de los sillones de mimbre, y Olivia frente a ella. El aire ol&i