capítulo 70

Damien tomó sus manos y las acarició. Era solo un gesto tierno pero de repente se puso serio.

—Tienes las manos frías —susurró él, envolviéndolas con las suyas—. O tal vez soy yo el que está ardiendo.

Ella levantó la mirada, y sus ojos se encontraron en un punto donde ya no había aire, ni ruido, ni distancia. Solo el deseo contenido que los unía sin palabras.

—Damien… —susurró, pero no supo qué decir después.

—No digas nada —interrumpió él suavemente, acariciándole el dorso de la mano con el pulgar—. Si lo haces, podría olvidar que tengo que dejarte respirar.

El silencio volvió, espeso, sensual, cargado de algo que iba más allá del simple deseo físico. Había una ternura latente, un reconocimiento. Sophie lo sintió en la forma en que &ea

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