El aire del balcón privado era distinto al del salón. Manhattan brillaba abajo como un campo de estrellas terrenales, luces parpadeando entre rascacielos de cristal. Sophie apoyó las manos sobre la barandilla fría, intentando calmar el temblor en sus dedos. Su respiración formaba pequeñas nubes contra el cielo de septiembre.
El sonido de la música quedaba atrás, apagándose como si fuera solo un eco. Pero no podía silenciar la sensación de su piel aún vibrando después del baile; su cuerpo todavía recordaba las manos de Damien guiándola, el calor de su pecho contra el de ella, la seguridad peligrosa de sus brazos.
Lo sintió antes de verlo. Su perfume, esa mezcla oscura y limpia de madera y especias, llegó primero, envolviéndola. Después, la sombra de Damien se alzó detrás de ella. Él colocó las manos en la barandilla, a cada lado de su cuerpo, cercándola sin tocarla directamente. Sophie notó cómo su corazón aceleraba; la distancia entre ambos se redujo hasta convertirse