Capítulo 45

La lluvia azotaba el fuselaje del jet privado con una furia sorda, como si el cielo mismo compartiera su ira, cuando las ruedas tocaron la pista de Teterboro. Las once de la noche teñían de oscuridad el aeropuerto, un escenario perfecto para el regreso de Damien.

No había dormido en todo el vuelo. No podía. Los recuerdos de París lo acechaban entre los ojos cerrados y la penumbra de la cabina: el grito ahogado de Sophie, su mirada resquebrajada, la puerta del hotel cerrándose a sus espaldas como un juicio final. Había cometido errores antes, muchos, pero ninguno lo había dejado tan vacío, tan expuesto a la propia náusea de sí mismo.

El Bentley negro lo esperaba, un ataúd brillante bajo la lluvia. El chofer sostenía un paraguas, pero Damien pasó de largo, sintiendo el agua fría en la nuca como un castigo merecido. Subió al auto sin decir palabra, la mandíbula apretada, el mundo convertido en un decorado de luces y sombras que se deslizaban tras los cristales. Manhattan

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