El despertador sonó antes de que el sol asomara del todo. Sophie se desperezó en la cama, con la mente aún enredada en la conversación de la noche anterior. Olivia tenía razón: ya era hora de hacer algo.
Se vistió con unos jeans gastados y la camiseta blanca que siempre terminaba manchada de cacao, y bajó las escaleras hasta la tienda. El olor del local siempre la envolvía como un abrazo: chocolate, vainilla y un leve rastro de café molido. Encendió las luces, que iluminaron las vitrinas vacías y la pizarra donde solía escribir el menú del día.
Sobre la repisa de la cocina, esperándola como cada mañana, estaba el cuaderno de tapas marrones de su abuela. Lo abrió con cuidado; las hojas amarillentas guardaban recetas escritas a mano, con notas al margen y manchadas de harina.
Leyó en voz baja, como si estuviera conversando con ella:<