Al día siguiente Sophie fue a su apartamento y decidió quedarse una noche allí. Damien le hizo saber que no le agradaba mucho la idea, pero tampoco lo prohibió. Ella se quedó un rato observando lo pequeño que era, pero se respiraba calidez humilde. El sofá gastado aún conservaba la huella de tantas charlas nocturnas. Allí podía respirar sin el peso del mármol, pero no sin la presión de lo que había firmado.
Olivia no llamó antes de subir. Tocó dos veces y entró con la llave de repuesto que Sophie le había dado meses atrás. Traía una bolsa con comida china y el ceño fruncido.
—No me mires así —murmuró Sophie, intentando sonar ligera mientras tomaba los recipientes para ponerlos en la mesa.
—¿Así cómo? —Olivia se dejó caer en el sofá, cruzando los brazos. Sus ojos la recorrían con la misma precisión con la que Sophie sabía que miraba a sus clientes cuando algo no cuadraba.
Sophie se mordió el labio. Estaba descalza, con una camiseta larga y unos jeans.