De regreso al penthouse de Damien, Sophie estaba tomando un baño y tratando de relajarse, trataba de no pensar, pero era difícil. Sus sentimientos eran un torbellino y era duro vivir bajo el mismo techo con quien provocaba aquello. Mientras cerraba los ojos sintiendo el delicioso perfume de lavanda, vainilla y rosas de las sales de baño, recordó el momento de la firma de aquel contrato. Estaba en aquella enorme oficina sosteniendo el contrato en sus manos, la textura del papel satinado rozando sus dedos temblorosos como si ardiera. No era solo un documento. Cada línea parecía un recordatorio de que había accedido a entrar en un terreno donde las reglas no se dictaban con lógica, sino con poder… el suyo.
Sus ojos se detuvieron en la cláusula que le heló la sangre y al mismo tiempo la incendió por dentro. Exclusividad. Apariencias. Derecho de decisión sobre con quién pasaba su tiempo. No exigía sexo, no, pero cada palabra estaba impregnada de una insinuación velada, como