Despues de unos interminables minutos, la puerta del ascensor se abrió a un mundo que no parecía real. El penthouse de Damien Blackwood era otra dimensión: techos altísimos, mármol blanco que reflejaba las luces cálidas, ventanales del suelo al techo que ofrecían una vista arrolladora de Manhattan iluminada. Cada detalle gritaba lujo, desde las esculturas modernas hasta los sofás de cuero que parecían costar más que todo el café de su abuela.
Sophie contuvo el aliento. Sentía que cada paso suyo era una intrusión. Cuando se quitó los zapatos, la alfombra gruesa la recibió con suavidad. No era como caminar sobre tela… era como pisar dinero.
Él no dijo nada al principio. Se movió con una calma peligrosa hasta una cava de cristal, sacando una botella que brillaba bajo la luz. Sirvió vino en dos copas estilizadas. El líquido oscuro pare