Capitulo 9

El sol de la mañana comenzaba a colarse por los ventanales altos de la mansión Santillana, proyectando haces de luz que atravesaban el aire con una tibieza dorada. El piso reflejaba esos destellos como espejos mudos, y cada rincón relucía con una pulcritud casi antinatural. El silencio en aquella casa no era acogedor. Era denso, imponente, como si las paredes contuvieran secretos que no debían nombrarse en voz alta.

Ana Lucía bajó las escaleras con pasos contenidos. Llevaba una blusa blanca abotonada hasta el cuello, unos jeans oscuros y el cabello recogido en una trenza sencilla. No había dormido bien. El colchón era suave, sí, y las sábanas olían a lavanda recién lavada, pero su cuerpo no se sentía en paz. Como si algo en esa casa le murmurara que no pertenecía allí.

Al llegar al vestíbulo, se encontró con una de las empleadas: Marta, la encargada de la cocina. La mujer ni la miró. Solo siguió puliendo una bandeja de plata con movimientos meticulosos, como si Ana Lucía fuera parte d
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