Días después...
La tarde caía lentamente sobre la ciudad, tiñendo las calles con un tono anaranjado que parecía suavizarlo todo, excepto el ambiente dentro de la mansión Santillana. Afuera, el murmullo lejano del tráfico se mezclaba con el canto apagado de unos pájaros que buscaban refugio en los árboles. Adentro, el aire parecía más denso, cargado con ese silencio incómodo que se instala en un lugar donde las tensiones llevan demasiado tiempo acumulándose.
Francisco Aranguren llegó sin previo aviso.
La camioneta negra se detuvo frente al portón, y el chófer apenas tuvo tiempo de abrirle la puerta. Francisco bajó con paso firme. Llevaba la camisa remangada hasta los codos y el rostro ligeramente bronceado por su estadía fuera de la ciudad. Pero no era su aspecto lo que llamaba la atención, sino la expresión en sus ojos: esa mezcla de cansancio y determinación que anuncia que alguien viene dispuesto a no dejar las cosas como están.
La empleada que lo recibió en la puerta apenas logró s